La Esperanza Cristiana

El hombre, no puede vivir sin una meta, sin un ideal, sin un punto que en el horizonte del futuro le sirva de punto de llegada, “pues toda acción humana tiene a la vista un motivo o razón estimulante, tiene una esperanza, sea ésta real o falsa. No se vive, o más exactamente, no se hace frente cada día de nuevo a la vida más que movido, aunque sea inconscientemente, por alguna esperanza.” (S. Alonso Salazar, Teología del acto de esperanza, PS Editorial, Madrid, 1974, p. 24–25).

Ahora bien, como seres humanos siempre estamos esperando algo, esperamos salir bien en los estudios, esperamos que el examen venga fácil, esperamos no ofender a esta persona, esperamos que algún familiar se aliente, esperamos que gane nuestro equipo favorito de fútbol, que pierda el equipo contrario, esperamos que nadie se dé cuenta de algo concreto de nuestra vida, esperamos que salga esto, que entre aquello; en fin, esperamos tantas cosas y estamos siempre en continua espera, pero nuestra espera no está puesta solamente en cosas pequeñas sino que también en todo lo grande de nuestra vida, en la vida misma, pues ella se ve también afectada por nuestra espera.

En nuestra vida, por ejemplo, la esperanza ha estado siempre presente: cuando éramos niños esperábamos crecer para ser jóvenes, cuando somos jóvenes esperamos ser adultos, personas exitosas etc., pero pronto aparece una pregunta que va más allá de nuestra vida y de lo que en ella hacemos o hemos hecho y es la siguiente: ¿Y después que hayamos alcanzado nuestras metas, qué sigue? Cuando meditamos sobre esta pregunta es cuando debemos también preguntarnos sobre otras más profundas: ¿Qué espero después de la muerte? ¿Qué viene después de haber alcanzado todo? ¿Se acaba todo cuando he alcanzado todo lo que me había propuesto alcanzar? ¿Se acaba todo con la muerte? Y si la respuesta es que se acaba todo con el hecho de alcanzar metas o, en el peor de los casos, con la muerte, entonces no valió la pena haber esperado llegar a alcanzar la juventud, porque ésta pasa; esperar la adultez, porque también pasa; esperar la ancianidad, porque pasa; esperar sacar bien todos los estudios, porque estos también pasan; o alcanzar mis metas vocacionales o profesionales, porque también estas metas pasan…

Es aquí donde hemos llegado a un punto que marca nuestra vida, ¿es que acaso todo termina aquí, en alcanzar cosas para este mundo o debemos seguir esperando algo más? Y es este esperar algo más grande que todo lo bueno que podamos alcanzar en esta vida, lo que nos ofrece la esperanza cristiana; pues la esperanza humana, la que consiste en esperar cosas sólo para esta vida, se acaba, tiene fin cuando el ser humano muere, y a esta realidad, a la realidad de la muerte, todo ser humano está inscrito, todos estamos en ese camino hacia el día de nuestra muerte, día a día nos acercamos a él, estamos más cerca de él, queramos o no lo queramos. ¡ La gran verdad es que nos acercamos cada día más a nuestra muerte!. Claro que cuando estamos muy jóvenes lo que menos pensamos es en el morir, pues creemos que eso no nos toca todavía; sin embargo, sabemos que eso no es cierto, pues nos puede tocar aún siendo jóvenes, pero pensemos que aún no nos toca, para tranquilizarnos un poco, pero este pensamiento no debe ser para confiarnos, pues aunque no nos toque ya, nos tocará después, pero de que nos toca, nos toca.

Con todo, la muerte no es lo último cuando se espera en Cristo, por eso la esperanza de nuestra fe se llama esperanza cristiana, porque quien ha creído en Cristo espera en la Vida Eterna que procede de Cristo, la que apenas tiene su comienzo pleno en el día en que todo lo terreno se acaba, es decir, cuando morimos a penas iniciamos a vivir la verdadera vida. Esperar vida después de la muerte es una actitud que guía al creyente en Cristo, que lo conduce a entregarse, a no echarse para atrás, pues sabe que al final de la vida natural comienza la sobrenatural, que al final de tanto esfuerzo siempre estará la recompensa, porque si el esfuerzo es grande, grandioso será adonde nos lleve.

Por eso el Papa Benedicto nos enseña en su carta Spe Salvi: "En este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente". (Benedicto XVI, Carta Enc. Spe Salvi, n. 2).

O sea, lo que el Santo Padre nos quiere decir es que para quien tiene esperanza cristiana, la cual consiste en esperar en lo que Cristo ha prometido, sabe sobreponerse a todo, sabe confiar, no cae en desesperación, en miedo excesivo o en angustia aplastadora de ánimos, pues sabe mirar todo desde lo que vendrá y no sólo desde lo que ha venido, más aún si eso que ha venido no es tan agradable.

¡Cuántos cristianos por estar faltos de esperanza renuncian con facilidad a luchar por ganar una virtud, pues cuando caen piensan que nunca van a poder salir adelante, desesperan y se rinden!; ¡Cuántos seminaristas cuando sólo se fijan en lo que sienten en el momento, en lo feo o angustioso de estar los primeros días en el seminario, en lo cansado del horario, en lo pesado de la limpieza, trabajo, estudio o deporte que se debe hacer, en la falta de comunicación diaria con la familia o en la imposibilidad de estar junto con ellos, caen en la tristeza porque no saben esperar, y por eso se desesperan y se van creando ideas de que afuera se estaría mejor, que estando afuera ya no se sufriría esto o lo otro, se desesperan y terminan matando la posible vocación, pues muchos no se van porque hayan descubierto la vocación y se hayan dado cuenta que la vocación sacerdotal no es la que les ha sido dada, sino porque se fueron en medio de la desesperación.

El Papa también nos dice que San Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo « ni esperanza ni Dios » (Efesios 2,12). Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión, pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna (Benedicto XVI, Carta Enc. Spe Salvi, n. 2). Y esto era porque los dioses paganos no otorgan esperanza, ¡¡¡porque eran dioses inexistentes!!!, eran inventos de los seres humanos para intentar aliviar un poco su angustia y llenar sus gustos personales.

Algo parecido le pasa al cristiano, cuando no confía en Dios termina entonces confiando en sus propios ídolos; es decir, en sus ideas, planes, gustos egoístas, ya que el ser humano siempre necesita confiar en alguien, y esto no es porque el ser humano sea inmaduro o inútil, sino porque Dios lo ha creado así, para que sintiendo necesidad de Alguien Superior a sus fuerzas, pueda buscarle a Él. Pero esto, muchos no lo entendemos y buscamos más sentirnos seguros con nuestras ideas, planes, gustos personales, o con personas, como si todo esto fuera mejor que Dios. Pero nuestros simples y solitarios planes no nos llenan, pues no tienen esa capacidad. Sólo puede darnos tranquilidad el Plan de Dios. Ese Plan que si lo descubrimos y lo vamos, poco a poco, haciendo parte de nuestra vida nos va dando ánimos de seguir en la lucha, de seguir con Dios, aún cuando a veces se vea que dicho plan sea muy difícil, la esperanza nos da la fuerza para ver que ese dificultad pasará, pues Jesús nos ha prometido que “limpiará toda lágrima y ya no existirá ni muerte ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado” (Apocalipsis 21, 24) y nos dirá “ Ahora hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21, 25) Y esto para quien espera en la Palabra de Cristo, no porque quizás se haya cumplido totalmente sino porque totalmente se cumplirá, pues quien espera en las Palabras de Cristo es porque antes ha creído en ellas y por ello confía en lo que Jesús un día dijo: “el cielo y la tierra pasaran, pero mis palabras no pasaran” (San Mateo 24, 35).

Esto significa que todo puede dejar de existir pero las promesas de Dios nunca dejaran de cumplirse, es más fácil que el Cielo y la tierra dejen de existir pero nunca la fidelidad de Dios, nunca dejará de cumplirse la promesa de Dios, o como leemos en la profecía de Isaías 54, 10: “Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, mi alianza de paz no vacilará, dice el Señor, que se compadeció de ti”. Y esto lo logra entender aquél que ha creído, aquél que sabe esperar.

Por eso el Apóstol San Pablo decía de manera muy convencida: Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. (2ª Timoteo 11-13).

La frase en clave de esperanza en el texto de San Pablo está en la expresión introductoria “es doctrina segura”. San Pablo dice esta frase a partir de su gran fe y profundo convencimiento de que Jesús cumplirá su promesa y por ello Pablo, puede ser llamado hombre con esperanza cristiana.

El cristiano al creer firmemente en Cristo sabe esperar en sus promesas, pues “Jesucristo no solo llama y reta sino que promete” (Cfr. Mons. Guido Plante, Homilía de la Misa Inaugural del II Congreso Latinoamericano de Vocaciones, 31 de enero de 2011). Pues nos ha llamado a la existencia tanto natural como sobrenatural, nos reta porque nos invita a ser perfectos como el Padre es Perfecto (Cfr. San mateo 5, 43- 48), pero al mismo tiempo nos promete, en primer lugar su presencia: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (San Mateo 28, 20) y también su Santo Espíritu, “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio” (San Juan 15,26-27). Jesús promete Presencia y Espíritu de su Ser porque Él sabe que sin Él no podemos hacer nada (Cfr. San Juan 15, 5).

En este sentido, pues, la esperanza Cristiana es fruto de la fe cristiana, solo puede esperar en Cristo quien ha creído en él. La esperanza cristiana nos hace fuertes, pues nos da el ánimo para luchar sin angustia, sin tristeza contra nuestros defectos, pecados, desánimos, perezas en la oración, o deseos de ya no seguir en el camino de Dios.

La esperanza cristiana también nos da paz interior, tranquilidad en el alma, pues quien tiene esperanza en las promesas de Cristo, sabe esperar el cumplimiento de las mismas, sabe que aunque no se vean se van a cumplir, que a pesar de que a veces no se mire por dónde Dios pueda actuar, logra comprender que Dios sabe cómo hacerlo, pues es Dios, ya que si no pudiera cumplir sus promesas en medio de la dificultad dejaría de ser Dios; por eso, quien tiene esperanza vive en paz, no anda arrebatado, intranquilo o repugnante, pues sabe dejar que Dios actúe. La esperanza también nos otorga seguridad en nosotros mismos a partir de la Seguridad que se tiene en Dios. Quien espera sabe confiar en sus virtudes, pues reconoce que todo cuanto tiene de bueno proviene de Dios y de él tiene su fuerza.

Finalmente, la esperanza cristiana como virtud sobrenatural, debemos pedirla en la oración, ella no es simple esperanza humana, es humana porque puede estar en el hombre, pero es también sobre-humana , porque viene de Dios, pues más que fruto del esfuerzo humano es un regalo de Dios a aquellos que le buscan.

Sólo quien vive la virtud de la esperanza puede hacer suyas las palabras del Salmista que el salmo 23 dice:
El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
Él me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

Pbro. Carlos Enrique Barrera Gómez.


AFICHE DE CONVIVENCIAS 2011

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